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¡Acosado!

February 10, 2011

Julian Assange es un criminal. Es una conclusión que comparten la fiscalía de Suecia, el Departamento de Estado de los EE.UU. e incluso buena parte de la opinión pública. ¿Su crimen? Haber mantenido relaciones sexuales con dos suecas. Otrora sueño de todo habitante masculino del sur de Europa, la criminalización de semejante acto supondría poner en el punto de mira a auténticos prohombres como Jean-Paul Sartre, John F. Kennedy y Bill Clinton. Buena parte de los argumentos en contra de Assange pasan por el hecho de no haber utilizado preservativos en ninguno de los dos casos, un mal habito que aún produce polémicas por el punto de vista de numerosos credos religiosos. Sin embargo en esta ocasión no se ha podido ver a Benedicto XVI saliendo en defensa de una actitud tan cristiana.

No resulta sorprendente que el fundador de Wikileaks sea objeto de un proceso como este justamente después de que su organización hubiera revelado 250 mil cables secretos de la diplomacia estadounidense. La legislación sobre acoso sexual de Suecia pasa por ser una de las más rigurosas del continente y no carece de las incoherencias propias de todos los sistemas legislativos, lo que da pie a que Assange pueda encontrarse ante auténticos problemas por este proceso. Sin embargo, la coyuntura hace inevitable pensar que más de un gobierno ha recibido la noticia de la posible extradición con algo más que felicidad desmedida para tratarse de un caso particular de delitos sexuales. Una actitud que demuestra la clase de personas que detentan el poder en gobiernos, tribunales y medios de comunicación. Casos similares se juzgan constantemente en el país escandinavo sin convertirse en asuntos de estado ni objetivo de los medios de comunicación de masas.

Se podría argumentar que si Assange tiene el derecho de desvelar informaciones secretas del gobierno de un Estado, otro también puede decir al público que hace él en sus momentos de diversión. La diferencia es que, mientras el gobierno de los Estados Unidos debe cuentas a sus ciudadanos y debería informarles sin miedo sus actividades alrededor del mundo – eso en el caso de que no hiciera tantas cosas cuestionables –, las actividades de un individuo determinado como Julian Assange no resultan de interés público. Si alguien comete presuntamente un crimen, debe ser juzgado, pero así mismo debe disponer del mismo derecho que se les da a todos los que se enfrentan a procesos del mismo orden.

Igualmente absurda es la pretensión de deslegitimar toda la labor de Wikileaks en los últimos meses solo por los problemas legales a los que se enfrente la cara más visible de la organización. Los cables publicados han logrado devolver al público buena parte del derecho de acceso a la información del cual había venido siendo privado desde hace décadas. Un elemento quizá demasiado peligroso en un mundo en el que las decisiones políticas de ámbito global cada vez se encuentran más alejadas de los intereses y voluntades de la ciudadanía.

La actitud del gobierno norteamericano, que no solo no ha dudado en tratar de censurar la información revelada, sino que ha llegado a criminalizar a Assange, al que incluso se plantea procesar por espionaje, deja patente la voluntad descarada de continuar manteniendo a la opinión pública al margen de informaciones que les afectan y que son tomadas por una administración y un cuerpo diplomático, que no olvidemos, pagan con sus impuestos. Si bien seguramente lograron causar más de un apuro personal a diversos diplomáticos de los Estados Unidos, los cables revelados tampoco han causado daño mayor a la política de la primera potencia mundial. Realidad que agrava la mezquindad de intentar silenciar su publicación.

Un Estado que se vende como el defensor de las libertades individuales y posee en su lista de colaboradores más de una decena de agencias de espionaje (la CIA y la NSA entre las principales), no tiene credibilidad para acusar a nadie ni aprovecharse de un problema personal para promover una venganza contra un individuo. La vida particular de Julian Assange no afecta al mundo como para ser la noticia principal de muchos telediarios y periódicos. Lo mismo no se puede decir de las maniobras de los Estados Unidos para mantener su poder económico, político y cultural en todas partes del mapamundi.

Christian Zampini y Rafael Vázquez

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